CÍRCULOS DE LECTURA
CIRCULO DE LECTURA REALIZADO POR: MTRA. YADIRA
RAMÍREZ DE LA CRUZ
ZACUALTIPÁN DE ÁNGELES
NUMERO DE EDUCANDOS: 3
No hay que ser agricultor
para saber que una buena cosecha requiere de buena semilla, buen abono y riego
constante.
También es obvio que quien cultiva la tierra no se para impaciente frente a la
semilla sembrada y grita con todas sus fuerzas: ''¡Crece, maldita seas!''.
Hay algo muy curioso que sucede con el bambú japonés y que lo trasforma en no
apto para impacientes. Siembras la semilla, la abonas y te ocupas de regarla
constantemente. Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En
realidad, no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años, a tal
punto que un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas
estériles.
Sin embargo, durante el séptimo año, en un periodo de sólo seis semanas, la
planta de bambú crece... ¡más de 30 metros!
¿Tarda sólo seis semanas en crecer?
¡No! La verdad es que se toma siete años para crecer y seis semanas para
desarrollarse. Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este
bambú genera un complejo sistema de raíces que le permiten sostener el
crecimiento que vendrá después.
En la vida cotidiana, muchas personas tratan de encontrar soluciones rápidas,
triunfos apresurados sin entender que el éxito es simplemente resultado del
crecimiento interno y que éste requiere tiempo.
Quizá por la misma impaciencia, muchos de aquellos que aspiran a resultados a
corto plazo abandonan súbitamente justo cuando ya estaban a punto de conquistar
la meta. Es tarea difícil convencer al impaciente de que sólo llegan al éxito
aquellos que luchan en forma perseverante y saben esperar el momento adecuado.
De igual manera, es necesario entender que en muchas ocasiones estaremos frente
a situaciones en las que creeremos que nada está sucediendo. Y esto puede ser
extremadamente frustrante.
En esos momentos (que todos tenemos), recordemos el ciclo de maduración del
bambú japonés. Y no bajemos los brazos ni abandonemos por no ver el resultado
esperado, ya que sí está sucediendo algo dentro de nosotros: estamos creciendo,
madurando.
No nos demos por vencidos, vayamos gradual e imperceptiblemente creando los
hábitos y el temple que nos permitirán sostener el éxito cuando éste, al fin,
se materialice.
El triunfo no es más que un proceso que lleva tiempo y dedicación. Un proceso
que exige aprender nuevos hábitos y nos obliga a descartar otros.
Un proceso que exige cambios, acción y formidables dotes de paciencia.
El elefante encadenado (Jorge Bucay)
Cuando yo era pequeño, me encantaban los circos. Lo que más me gustaba
de los circos eran los animales, y el animal que más me impresionaba era el
elefante. Me fascinaban sus enormes dimensiones y su fuerza descomunal.
Sin embargo, después de la actuación y hasta poco antes de volver al
escenario, el elefante siempre permanecía atado a una pequeña estaca clavada en
el suelo con una cadena que le aprisionaba una de las patas. La cadena era
gruesa, pero la estaca era un minúsculo trozo de madera clavado a pocos
centímetros de profundidad. Me parecía obvio que un animal capaz de arrancar un
árbol de cuajo con su fuerza, también podía tirar de aquel minúsculo tronco y
liberarse. Aquel misterio sigue pareciéndome evidente.
—¿Qué lo sujeta?, ¿por qué no huye?
Tras preguntarle a mis profesores y parientes que consideraba sabios,
la respuesta que me dieron algunos fue la siguiente: «El elefante no se
escapaba porque estaba amaestrado». Hice entonces la pregunta obvia, «Si estaba
amaestrado, ¿por qué lo encadenaban?». La verdad es que no recuerdo haber
recibido ninguna respuesta coherente, hasta que alguien que resultó ser lo
suficientemente sabio me dio una respuesta convincente:
«El elefante del circo no se escapaba porque estuvo atado a una estaca
parecida desde que era muy pequeño».
Cerré los ojos e imaginé al indefenso elefante recién nacido sujeto a
la estaca. Seguro que en aquel momento el animalito tiró y tiró tratando de
liberarse. Debía terminar el día agotado porque aquella estaca era más fuerte
que él. Día tras día debía volver a intentarlo con el mismo resultado. Y así́
hasta que un día terrible para el resto de su vida, el elefante aceptó su
impotencia y se resignó a su destino.
Ese poderoso elefante no escapa porque cree que no puede,
tiene grabado el recuerdo de la impotencia que sintió de pequeño. Y lo
peor es que jamás volvió a poner a prueba su fuerza.
A menudo a las personas nos pasa lo mismo que al elefante del circo,
vivimos encadenados a cientos de estacas que nos quitan libertad. Pensamos que
«no podemos» hacer una serie de cosas sencillamente porque un día, hace mucho
tiempo, lo intentamos y no lo conseguimos y/o porque alguien nos dijo que no
seríamos capaces de lograrlo. Entonces nos grabamos en la memoria este mensaje:
«no puedo y no podré nunca»
Hemos crecido llevando este mensaje autoimpuesto y por eso nunca volvimos a intentar liberarnos de la estaca. Cuando a veces sentimos los grilletes y hacemos sonar las cadenas, miramos de reojo la estaca y pensamos no puedo y nunca podre. Seguramente ahora somos más fuertes y estamos más preparados, pero aquel recuerdo nos frena a la hora de intentar liberarnos.
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